De la abstracción del alma y otros pesares

Estalactita de Hielo

Las abstracciones de las almas no son cosa fácil, ni siquiera para los demonios que hacen las estadísticas del flujo de clientela que entra, y en principio no puede salir ya nunca más, salvo peticiones musicales, de sus abarrotados locales; cuando éstos hacen sus informes interminables de pecados y pecadores archivados en fila india paralelamente al recorrido del quinto río del infierno. Ese mismo río que le escondieron a Dante, cuando se tomó unos días de descanso para viajar por los otros mundos, ya que sabiendo, como se sabia siempre todo desde las altas instancias, que las intenciones de tal singular visitante iban a trascender en un pequeño cuaderno de viaje, todavía anterior a los famosos Moleskines de otros tantos viajeros ilustres, pero no por ello, por no usar un cuaderno de manufactura comercializada y mistificada a posteriori sus pequeñas anotaciones no dejarían de influir en la memoria colectiva del futuro y sacar a la luz los posibles trapos sucios con los que en su camino se tropezase. Y como en estos informes se usaba el antiguo método de abstraer almas para contarlas como si fueran vulgares números, despojados de cualquier sentimiento y centrándose en hechos objetivos, únicos hechos válidos para poder decretar juicios contra los que, por ley infernal, no cabía recurso alguno ni tribunal superior al que apelar, se decidió, no se sabe si por miedo o por decoro, hacer reformas en el lugar, e instalar un tabique provisional tapando el quinto río, y desde entonces y hasta que algún visitante de ida y vuelta que pueda contar los hechos descubra esta pared falsa, o la puerta disimulada que usa el personal autorizado, se explicará en los sesudos manuales de Teología que los ríos del infierno son cuatro, a saber: Aqueronte, Estigia, Flegetonte y Cocito. Pasando Virgilio, con su acuerdo de no dejar traspasar al turista la frontera del trampantojo que desvele el secreto, a engrosar la escueta lista de seres no metafísicos, es decir con abstracción del cuerpo, que se les ha iniciado en el secreto arte de tan oscuro método; y véase aquí de la similitud entre los dos términos de abstracción del alma y abstracción del cuerpo, ya que este es el origen de toda desconfianza entre estas dos razas de seres, la raza de los que tienen cuerpo y quieren abstraer el alma, y la de los que teniendo primero alma han sido abstraídos del cuerpo.

Y como, hemos dicho, que cosa fácil no es la empresa en la que seguidamente nos vamos a aventurar, no se espera que el lector pueda encontrar; o bien siguiendo el camino de migas de pan que vamos dejando, o improvisando el suyo propio; unas conclusiones universales que le ayuden a comprender de que se trata esto de abstraer almas y si pudiese merecer la pena intentarlo por su cuenta y riesgo. Pero estas no son las bondades originales del presente texto, las de pretender convencer a nuestro espectador de la necesidad de la realización del proceso de la abstracción del alma; más bien las intenciones son las de que pueda asistir impávido a las descripciones veladas que de tal trascendental ritual nos atañe. Pero antes volvamos un momento al límite del trampantojo citado, a esa estafa diabólica que con tintes de inocencia se practicó, previa concesión del permiso de obras solicitado a las autoridades pertinentes, ya que por si no se sabía, la titularidad de los terrenos seguía a nombre del mismo, que los licenciaba en usufructo a uno de sus principales ministros, porque ni siquiera aceptó el trato del nuevo inquilino de alquilar con opción a compra. Justo aquí merece la pena detenernos brevemente y cruzar ese umbral visual, para llegar a la orilla descubierta del quinto río, el menos caudaloso, pero el de más recorrido; ya que a lo largo de este río se ordena el misterioso archivo de almas a las cuales se les ha realizado el proceso de abstracción. En este archivo se encuentra, ordenado según un logarítmico fractal que sólo los acólitos comprenden y manejan, una extensa relación de cada uno de los actos, pensamientos y omisiones de cada ser corpóreo; es decir, aquellos seres que cumplen la condición de «ser» siendo corpóreos y no metafísicos, ya que el juicio final de éstos últimos ha de hacerse en otro lugar que ya escapa tangencialmente a nuestra percepción mental, pero que sin duda alguna, poseerá su propio archivo a la vera de otro atávico accidente geográfico.

Según los estudiosos de la materia, la condición de «ser» es la que se da cuando son posibles, y posible no significa que sea de obligado cumplimiento, las tres funciones básicas de la vida; metabolismo, irritabilidad y reproducción. Y de la compleja interacción de estos tres principios surgen los comportamientos caóticos que se derivan de toda situación en la que se produce el juego de los tres cuerpos gravitando entre si, catalogado de problema por los matemáticos. Y con tres funciones, el diseñador perezoso dijo, basta, y he aquí que surgió el «ser», o el caos, como se quiera decir; y cualquiera que cumpla estos requisitos está llamado a comparecer ante el juicio que determinará que tipo de baile seguirá como entidad autopoiética en los otros mundos.

En los caóticos juegos de fuerzas, que no importa si se dan entre tres cuerpos inertes o entre las tres funciones básicas de la vida, se entretejen los instintos, que no son más que la enredadera que no manteniéndose erguida por si misma encuentra alivio en estos tres soportes. Y dentro de la definición de los seres que cumplen la condición de «ser», que se encuentra aquí y en los manuales de uso del archivo, aparece una nueva categorización que se refiere a la de los que cumpliendo la condición de «ser» y siendo corpóreos además poseen el atributo particular de la irritabilidad divergente positiva. Siendo la negativa la que se refiere a las distintas reacciones caóticas de un ser respecto a condiciones iguales de entorno; la positiva es aquella que determina que el sujeto experimental es al menos igual de inteligente que el perro de Paulov. Y no en vano, existe un prueba a la llegada del infierno, para aquellos casos que a simple vista no se sepa hasta que punto unos mismos instintos son capaces de actuar positivamente en pro del «ser» cambiando las reacciones de su irritabilidad, llamada Test de Paulov. Y no piense el avispado lector que este test únicamente se viene realizando con algunas ramas filogenéticas de bajo orden, ya que incluso muchos pertenecientes al género homo no poseen el atributo particular de la irritabilidad divergente positiva, y por eso mismo este atributo es denominado particular, y no general como los otros tres.

Siguiendo con los atributos particulares, muy importantes como elementos a tener en cuenta en los juicios del averno, ya que de la cantidad y cualidad de estos dependerá el peso de la pluma con la que se ponderará a la hora de hacer la abstracción del alma, nos encontramos con el atributo de la oblatio, que no es más que una evolución del atributo particular de la irritabilidad divergente positiva. Si antes se tenía en cuenta que a través de la percepción binominal de dolor-placer en algunos seres se modifican las conductas instintivas en pro de la balanza del placer, ahora resulta que con este nuevo atributo, se adquiere la categorización moral de un nuevo binomio, el del obligado-prohibido. Entendiendo lo obligado como aquello del reino del dolor de necesaria realización, y lo prohibido aquello del conjunto del placer de imperativa evitación. De esta forma ya tenemos tres de los escalafones básicos de las organizaciones jerárquicas de los seres atendiendo a su naturaleza trascendente y no, como gusta de hacerse en nuestro mundo, centrándose únicamente a su estado inmanente.

Hagamos resumen, pequeño alto en el camino, para recorrer lo que hasta aquí se ha revelado de ese misterioso archivo. Primero, la separación de las razas de seres, los corpóreos y los metafísicos, de los metafísicos nos ocuparemos más tarde, y dentro de los corpóreos todos tienen la condición de «ser» que conlleva sus tres funciones vitales, las mismas que en su juego de los tres cuerpos tejen, como parcas, los instintos. Y los tejen como parcas, ya que los instintos, sin ningún otro atributo de los denominados particulares, condenan al ser a estar en vida bajo los dominios exclusivos del demonio de Laplace, imponiendo el determinismo. Demonio éste que no pertenece al reino que hasta ahora hemos descrito, ya que junto con sus colegas: los demonios de Maxwell, de Loschmidt, y otros seres metafóricos aun no observados, son muy superiores a los metafísicos, ya que a éstos, lo que les caracteriza es la abstracción doble de alma y cuerpo sustentando su existencia en un tercer soporte misterioso que no es ni alma ni cuerpo; no son más que estos seres que están allí, no cuando miramos, sino cuando nos descubrimos a nosotros mismos mirando. Regresando la mirada a las parcas, no del destino, sino de los instintos, hay veces que su trabajo no discurre por el curso natural del juego de los tres cuerpos, y aquí aparece el primer atributo particular, el que modifica los instintos según la memoria, consciente o no, en el juego del placer-dolor. En el siguiente nivel, el placer-dolor pasa a ser orientado en la dirección del obligado-prohibido, y hasta aquí hemos llegado, hasta la oblato o sacrificio. Siendo los seres capaces de sacrificarse los que deben medir sus actos con una pluma más severa que la de los seres incapaces de ello, a la hora de abstraer su alma para el juicio justo.

Y pudiera pensarse que una vez inventada la moral, ya no queda ningún otro tipo de evolución posible en la jerarquía. No podríamos estar mas errados pensado de estas maneras, ya que por muy alto que uno crea que está en la pirámide, siempre tendrá un sol abrasador e inalcanzable por encima, dispuesto a dejar sucumbir al Ícaro que se atreva, orgulloso, a pertenecer a un reino que no le corresponde según el orden natural de las cosas.Y qué tipo de nuevo atributo podría ser aquel que supere al de la oblatio, al de aceptar el dolor por propia voluntad.  Examinando las palabras hasta aquí utilizadas, usando un esfuerzo de lógica singular, se puede llegar a encontrar que tipo de atributo está ya por encima tanto de la irritabilidad divergente como del sacrificio, y no es mas que dar el paso entre la diferencia del «ser» y del «querer ser». ¿Puede un ser diseñarse a si mismo? No hablamos de autoconocerse, ni de aceptarse, eso tan sólo indicarían los pasos previos necesarios de la primera adolescencia, aquella que es única en su mayoría estadística. ¿Ser o querer ser? ese es el dilema, no existe ahora pregunta más importante que esa. ¿Puede una entidad corpórea cambiar su naturaleza? Ninguno de los seres, cuya alma es abstractizable es capaz de elegir su naturaleza, ni las situaciones y entornos que la moldean. No puede elegir los parámetros iniciales, pero, ¿podría, evitando que el propio cambio de naturaleza no sea una determinación de la parca hecha por un sentido de la obligación, llegar a una naturaleza renovada, elegida sin coacción; diseñada, y he aquí el quid, la clave del arco, por un ser que haya sido capaz de abstraer su propia alma, sin la ayuda de los funcionarios del otro mundo?

Sí, ecce homo.

Pocos han sido los que lo han conseguido, y algunos son conocidos como fundadores de religiones;  pero no por ello, no debe dejar de existir una pluma ponderadora especial para ellos, más exigente aun si cabe, puesto que cuanto mayores son las glorias, mayores son las responsabilidades. Y qué particularidades poseen este tipo, no de «ser», sino de «ser que ha querido ser». Aquí no se encontrará respuesta detallada, tal vez está escrita en el manual de uso del archivo paralelo al quinto río, y muy probablemente para muchos trabajadores del mismo, estas elucubraciones no resueltas sean  en su forma de respuestas el pan nuestro de cada día, pero por desgracia, los detalles, la minuta, la esencia de todo esto está escrita en un lenguaje no comprensible para los seres corpóreos. Pero Virgilio ha sido iniciado en este arte, responderán algunos; y razón no les falta, y Virgilio es de naturaleza corpórea, seguirán argumentando, si él es capaz, yo como ser de naturaleza similar debería también llegar a comprender estos misterios. E insisto, razón no les falta. Pero no siendo por desgracia la razón el único alimento del alma, les falta caer del burro en otra puntualización. Virgilio puede haber sido iniciado, como algunos otros determinados seres que no alcanzaron la abstracción del alma con vida; pero una vez ha sido iniciado el camino que ha de recorrer, no puede ser acompañado. Si se quiere que la abstracción del alma sea real, y no un espejismo fruto de un falso libre albedrío auspiciado por un demonio metafísico, ésta ha de hacerse en la más remota solitud del ser, el querer ser debe ser el mayor acto de honestidad del hombre para consigo mismo, despojado de todo resquicio de gloria, orgullo, miedo, es decir, el querer ser debe, paradójicamente, realizarse sin el deseo. Esta idea contradictoria es algo que se nos escapa a todos aquellos que no hemos hecho una abstracción de nuestra alma. El querer ser, como camino espiritual sin desear ser, porque el deseo es un sentimiento muy peligroso.

El ser que quiera abstraer su alma no debe amar, por que si se ama, se ama a otra cosa, a algo fuera de la unidad de la persona; se puede amar antes, e incluso después del proceso, con la nueva naturaleza adquirida, pero el proceso de abstracción debe realizarse sin intervención ninguna del exterior que pueda modificar su plan maestro, insuflando motivaciones externas que echarían a perder todo el proceso. El deseo es la sed del alma, el tanhā, y la sed es un instinto que nos obliga a buscar una satisfacción, y desde el momento que nos sentimos obligados la abstracción del alma es imposible, puesto que esto proviene de un instinto de la parca. Pero no creamos que el camino a la abstracción del alma es una pura meditación Budista, quien crea que siguiendo esas enseñanzas alcance la abstracción del alma está equivocado. Cada persona debe recorrer los caminos como ella encuentre oportuno, sin guía alguno, ya que de lo contrario, no habrá recorrido su camino. No en vano dice un proverbio Zen que, si te encuentras con el Buda en tu camino, debes matarlo.

Llegados a este punto de la narración sobre la abstracción del alma y otros pesares, y antes de continuar, hemos de hacer llegar al sufrido lector, la más sincera disculpa por nuestra determinación en tañer esta quimera a golpe de una prosa estresante, viciosa en el espectáculo de la sintaxis caótica, dedicada a la ausencia de puntos finales, el no uso de paréntesis absolutamente necesarios y experimentada en la eliminación obsesiva de los puntos y aparte y en la inclusión de las comas a voleo. Una prosa que no intenta más que reflejar no el texto, sino la cadencia del discurso, donde no siempre se puede realizar una correcta dicción y expresión formal, sino más bien que el carácter de cada uno pueda aflorar con mucha más naturalidad que con el texto corregido. Una prosa a lo Saramago, que tan amigo de humanizar lo divino y reflexionar en dos direcciones al mismo tiempo, como si de un pensamiento cubista se tratase, intenta envolver y atrapar sin que seamos conscientes de que estamos siendo arrastrado a veces a favor de la corriente y otras tantas en sentido contrario, nos guste o no. Porque los pensamientos de la consciencia no son rectos, las ideas, las meditaciones no circulan todas en paralelo, dentro de la cámara de pensamiento de los seres, existe un guirigay atronador, que llegaría a hacer enloquecer al cualquiera que fuese capaz de escucharlo en todos su detalles, como si de una fuga a infinitas voces se tratase. La línea de conciencia, la aparente voz solitaria que escuchan los seres dentro de si mismos, no es más que el sumatorio del conjunto formado por una mezcolanza amorfa de instintos, deseos -sed-, moral, memoria, anhelos, razonamientos lógicos, motivaciones, inclinaciones, supersticiones, maldades, bondades, inspiración, y una lista infinita de elementos.

Y he aquí la semilla del concepto de un nuevo atributo particular, si la conciencia no es más que la línea de pensamiento escuchable, resultado del sumatorio infinito, existen algunos seres, no nacidos aun, pero que está contemplado que lleguen a nacer, y por eso que su existencia no deja de ser un hecho; que no es que posean una línea de conciencia, sino que poseen dos. Seres capaces de seguir dos caminos mentales al mismo tiempo, y no nos referimos a ir alternando de uno a otro, como si de un trastorno bipolar común se tratase, eso no es más que un burdo espejismo, nos referimos aquí a un verdadero procesamiento en paralelo de la mente. Dos, tres, cuatro, y un número cada vez mayor de líneas de conciencia, esos son elementos a tener en cuenta, para cuando lleguen, con la pluma ponderadora que se use. Pero dejémonos ya de las categorizaciones de seres corpóreos, puesto que ya estamos empezando a hablar de seres que todavía no han sido llamados a poblar este mundo.

Volvamos nuestro punto de mira sobre los seres de los que hemos ido dejando pinceladas, los seres metafísicos, y los seres metafóricos, entidades que no son más que ampliaciones dimensionales los unos de los otros; y entendemos por ampliaciones dimensionales a las figuras geométricas que siguen un mismo patrón a lo largo de los sucesivos añadidos de planos espaciales. Un ejemplo práctico, muy manido por el señor Sagan, de nombre Carl. En un plano de dos dimensiones se puede hacer un cuadrado, y dentro de ese mismo plano se puede proyectar un cubo, cuya realización física se da en un espacio de tres dimensiones, pues de la misma manera en un plano de tres dimensiones se puede proyectar un Teseracto, es decir un hipercubo de 4 dimensiones espaciales, o como lo mostró Dalí, el Corpus Hipercúbicus en su segunda Crucifixión sobre lienzos. Aplicando este mismo concepto a las razas de seres, se entiendo que los seres corpóreos son a los metafísicos lo que los metafísicos a los metafóricos. Y eso si nos detenemos aquí, porque más allá de las 5 dimensiones espaciales nuestra mente ya pierde la noción de la cordura, y debemos, como ascetas, si queremos seguir por este camino dedicarnos con exclusividad a la herramienta primigenia: las matemáticas, muy superiores a la lógica o la razón.

No soy dama ni guadaña, pero como triste narrador, que sabiendo no alcanza a comprender, queriendo sólo alcanza a ser, y como si del día de los difuntos se tratara, un último intercambio de reinos he de hacer. No siendo la vida filosofía, ni la filosofía sueño, sí que a veces puede hacer de suero que mantenga el hilo a salvo de la guadaña. Hilo de la vida, que no se sabe si discurre en círculo o en espiral, aunque cada opción es peor que la anterior, puesto que el círculo, por muy bella y perfecta que sea su forma es el infinito eterno, la pesadilla, ajá, que se muerde la cola, en un perpetuum mobile, sueño de alquimistas en busca de la fuente de energía inagotable, pero cuyas vueltas ya están determinadas, y del que no se puede escapar, el punto de retorno obligado, proyectado en una línea curva cerrada en si misma. Mientras que la espiral, tanto en un sentido como en otro, si se va desde las profundidades hacia los ambientes enrarecidos, o desde más allá de la frontera hasta los intangibles corpúsculos también se produce un viaje sin fin, desde un infinito a otro, da igual que sea de lo grande a lo chico o viceversa, desde siempre se ha sabido que los infinitos no son cosa buena, puesto que pertenecen a otro orden de cosas, al que no nos está ya permitido observar.

Y con esta voluntad de escapar a las formas curvas, al dejar de amar, al trascender, al abstraer el alma, se produjo un intento, no un deseo, eso seria fruto de la sed, sino una sensación, despojada de todo sentimiento, no había intención, no había premeditación, fue un acto de sensación, no de fe, no de razón, no de lógica, fue un salto cualitativo, no se hizo ofrenda, tampoco fue sacrifico, puesto que por mucho dejar que querer vivir, no se dejó morir, por lo que la oblatio tampoco tuvo nada que ver, una línea de conciencia que calló, un sumatorio de suma vacía, no de suma cero, porque el cero forma parte del mundo corpóreo, el cero necesita del espacio para tener razón de ser, aunque no lo ocupe, la nada es lo único que puede prescindir de los planos de existencia, no hay plano, no hay figura, no existe curva. Justo en ese umbral, en el momento en el que el ser deja de ser, es cuando se quiso abstraer el alma, se quiso escapar del cuerpo, se quiso huir del sentimiento, y sustentarse en la sensación, salirse de uno mismo, ser metamorfoseado en partícula fundamental, en corpúsculo abandonado por las corrientes de fuerzas cinéticas, notar la brusquedad de los remolinos caóticos, sentir la vibración de Casimir golpeando la barrera de la materia, fluir por la existencia con tan solo una posición y un momento lineal haciendo de esa incertidumbre la única existencia posible, notar las presencias de los cuerpos por las atracciones electromagnéticas, viajar por las dimensiones plegadas sobre si mismas mostrándose como una supercuerda. Y tal vez, quedar atrapado por las energías nucleares en una partícula mayor, levantada a las alturas e ionizada en los límites de la capa de ozono, caer arrastrada por un meteorito y quedarse en suspensión en una nube, que posteriormente descargaría su furia en una tempestad que hiciera arrastrar a esa entidad hacia un embravecido mar que plantara cara al otro gran azul que tiene por encima, ser depositado en los pesados suelos oscuros, y vuelto levantar embestido por la convulsiones de la materia que quiere escapar de la prisión interior del planeta, solidificarse en una cueva, para ser acompañado miles de años por la caricia infinita e intermitente de una estalactita, y estando embriagado de este estado de sensaciones, siendo una sensación sin cuerpo, la abstracción se desplomó, fue fallida, un error fatal hizo su trágica aparición, la catarsis no hubo lugar, la hybris era mínima pero lo suficiente como para desestabilizarlo todo, la voluntad de huir, no se sabe donde, pero huir, era un deseo, y esa sed se filtró en el proceso de abstracción, no se puede huir con las sensaciones y despojarse de todo sentimiento, no puede el alma ser sensaciones y el cuerpo sentimiento, en tanto que el alma es el receptor del cuerpo de los sentimientos, y estando en ese lugar no visitado por fotones, los sentimientos volvieron y las sensaciones se relegaron a un segundo plano, otra vez, discretas como atriles en la fuga de infinitas voces.

Pero todo esto no ha sido más que un simple ejercicio de filosofía ficción, puesto que como todo el mundo sabe, la vida es sueño.

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